miércoles, 24 de febrero de 2010

Las cataratas del Niágara prácticamente congeladas


FERNANDO DÍAZ VILLANUEVA

El invierno en Norteamérica está siendo tan severo que las cataratas del Niágara, situadas entre los lagos Ontario y Erie, están prácticamente congeladas. A fecha de ayer, tan sólo un pequeño canal de agua fluye catarata abajo.

El resto de la cascada en forma de herradura está cubierto por estalactitas de hielo de gran tamaño. En la parte superior del canal que une ambos lagos se han formado bloques de hielo flotantes que, en algunos casos, son de varios metros de espesor.

Las autoridades han advertido de los riesgos de cruzar el canal a través del hielo. En 1912, cuando también se helaron las cataratas, se produjo un trágico accidente al romperse un puente de hielo. Junto a esta gran helada de 1912, en 1909, 1934, 1938 y 1949 las cataratas del Niágara también se congelaron.

La del 49 fue la última gran congelación. Desde entonces, una barrera para detener el hielo, instalada en la boca del lago Erie en 1964, y la construcción de una presa internacional para controlar el curso han evitado que se formase hielo en las cataratas. Pero este año ha sido tan frío que ninguna de las dos medidas anti hielo han servido para frenar el congelamiento de las cataratas y del curso del canal.

Las cataratas del Niágara suelen padecer inviernos fríos, pero no están tan al norte como podría pensarse viendo las fotografías de la helada de este año. La catarata principal está en la misma latitud que la ciudad de Lugo. Norteamérica, sin embargo, carece de la cálida influencia de la corriente del Golfo y sus inviernos son más fríos que los de Europa occidental, pero no tanto como el de este año, que está siendo realmente gélido.

¿Pueden los apocalípticos parar la «máquina de Dios»?


Cuando quedan pocos días -quizás sea cuestión de horas- para que el Gran Colisionador de Hadrones (LHC, por sus siglas en inglés) arranque de nuevo después de unos meses de parón para reajustes técnicos, grupos de personas alarmadas en todo el mundo han acudido a los tribunales para que la «máquina de Dios», situada cerca de Ginebra, en Suiza, no vuelva a ponerse en funcionamiento. El motivo es la más extraordinaria de las denuncias: temen que el acelerador origine un gran agujero negro que engulla todo lo que encuentre a su alrededor. Esta hipótesis es en extremo apocalíptica pero, por extraña que resulte, ¿debe un juez considerarla y sacar la denuncia adelante? Un artículo de opinión firmado en la revista New Scientist, una de las más prestigiosas en el mundo científico, por Eric E. Johnson, profesor de leyes en la Universidad de Dakota del Norte, considera que, aunque hasta ahora las demandas contra el LHC hayan caído en saco roto, si se presenta la reclamación correcta ante el tribunal apropiado, quizás un juez tenga que afrontar muy pronto la cuestión de emitir o no una orden judicial para.... salvar el mundo.
El LHC es la parte esencial de experimento científico más importante del siglo, un túnel circular de 27 kilómetros, excavado a entre 50 y 175 metros de profundidad cerca de Ginebra, en el que los físicos del Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN) esperan recrear las condiciones en las que se originó el Universo. El invento se inauguró en septiembre de 2008 y fracasó en cuestión de días. Catorce meses más tarde, las partículas comenzaron a circular de nuevo por el acelerador, ésta vez con mucho más éxito. Incluso se alcanzó el récord mundial de energía de 1,18 TeV, hasta entonces en poder del Tevatron estadounidense. Ahora, los científicos quieren darle al interruptor y no parar durante dos años, un maratón en el que se espera alcanzar los 7 TeV.
Desde el principio, la máquina tuvo sus detractores. La mayoría se reúne en un grupo internacional denominado ConCERNed, que incluso presentó una queja ante el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas en Ginebra para denunciar los peligros que supone el colisionador para la población cuando alcance su máximo de energía. El artículo de New Scientist sugiere que un tribunal que se enfrente al caso debería realizar una «prueba de equilibrio», poner en una balanza las supuestas consecuencias de aceptar o no la demanda.
Millones y prejuiciosPor un lado, el CERN sufría un varapalo enorme, con miles de trabajadores con los brazos cruzados esperando una resolución y equipos valorados en miles de millones de euros paralizados, además de poner trabas a una enorme aventura científica, nada menos que conocer el origen del Universo. Por el otro... En fin, por el otro está la cuestión del fin del mundo. Como el terreno de la física es ya de por sí suficientemente espinoso, el tribunal debería consultar a peritos para decidir con seguridad quién tiene razón y quién está equivocado. Claro que el uso de expertos en este caso está lleno de prejuicios: El CERN emplea a la mitad de los físicos de partículas del mundo, y la otra mitad son sus amigos. Todos ellos esperan con ansiedad los datos del LHC.
Los que buscan una orden judicial podrían, por ejemplo, pedir a un tribunal que examine la historia del cambio de argumentos sobre la seguridad del LHC. En 2001, un trabajo teórico apuntaba que la «máquina del Big Bang» podría crear agujeros negros. Dos años después, los científicos dijeron que cualquier agujero negro se evaporaría inmediatamente. En 2008, el CERN publicó un informe de seguridad basado, en última instancia, sobre observaciones astrofísicas de ocho estrellas enanas blancas. Otra cuestión a tener en cuenta, según el editorial de New Scientist, es la tendencia a aceptar la información que confirma nuestras creencias, un comportamiento humano que fue citado por la Junta de Investigación del Accidente de Columbia como una explicación de por qué los responsables del programa de la lanzadera espacial de la NASA ignoraron las señales de problemas. En definitiva, el tribunal que tenga que afrontar el caso del LHC deberá valorar no sólo cuestiones científicas, sino también sus efectos sociales.
Informo: http://www.abc.es