lunes, 30 de noviembre de 2009

Entrevista al director de 2012 y John Cusack

Es media tarde en Cancún. Desde el enorme salón donde los actores de 2012 se reparten entre las varias docenas de periodistas de distintos lugares del mundo, la combinación playa-mar-cielo es bastante parecida a lo que muchos dicen que es el paraíso. Por eso, cara a cara con Roland Emmerich y John Cusack, director y protagonista del filme que programa el fin del mundo para dentro de tres años, la pregunta es obvia.

¿Realmente creen que esto va a desaparecer en tan poco tiempo?

Ronald Emmerich: No, no en los términos en que lo muestra la película. Sin embargo, el arte no hace más que reflejar lo que sucede en el mundo. Y viendo los diarios es difícil ser optimista.

John Cusack: Tampoco creo que 2012 vaya a ser un momento en el que nos vayamos a morir. Pero sí se me ocurre que puede haber un cambio en algunas conductas. La crisis económica actual, quizá dé origen a una manera de vivir menos regida por los números, por lo material. A lo mejor la gente se incline por cosas más auténticas.

R.E.: Al menos deberíamos aprender a dejar de destruir el planeta, a trabajar con energías lo más sustentables posible, a evitar las guerras.

¿La película apunta a que el público reflexione en ese sentido?

J.C.: Creo que puede hacer pensar un poco a la gente. Pero no estoy seguro de que una película cambie el comportamiento de la gente.

R.E.: Es probable que haya un mensaje que la gente tome, pero no es mi objetivo principal. Yo estoy fascinado con el fin de los tiempos, porque en ese momento se develará si hay posibilidades de salvación para alguien o algo. Y si es así, la siguiente pregunta es qué es lo primero. Por ejemplo, en el arte, por qué salvar a la Mona Lisa y no el David. En cierto modo, la idea del filme es preguntarse qué cosas salvaría el mundo si sucediera algo así.

Ese "algo así" implica el desprendimiento y desplazamiento de inmensas porciones de la corteza terrestre, inundaciones por doquier y la desaparición del mundo tal como lo conocemos.

Impacta ver cómo Los Angeles desaparece bajo el agua, cómo el Cristo Corcovado cae sin remedio, los techos de las naves vaticanas se desploman y Haití se reduce a un mar de fuego. Algunos símbolos en los que se sintetiza todo el mundo.

"La primera imagen que tuve fue la del agua cubriendo el Himalaya. Enseguida pensé que si filmaba algo así la gente iba a querer verlo, porque suena increíble, imposible. Entonces, apareció el desafío de hacerlo creíble", cuenta el director.

Y resume los pasos siguientes: compartir, discutir y enriquecer la propuesta con su coguionista, Harald Kloser, y con su director de fotografía, Dean Semler. "De ahí en adelante se planteó cómo llevarla a cabo, y la historia, lentamente, fue apareciendo".

La riqueza de efectos, el portaaviones John F. Kennedy arrasando con la Casa Blanca, explosiones, erupciones, tsunamis varios, la tierra que se abre y se lo traga todo reflejan una abundancia de recursos que permiten creer que a esta altura, Emmerich puede llevar cualquiera de sus fantasías a la pantalla.

¿Es realmente así?

R.E.: Sí, definitivamente sí. Si comparo con mis filmes anteriores, ahora todo es mucho más fácil. Si tenés la plata, podés crear lo que se te ocurra en una película. El único problema es tener el tiempo suficiente como para poder terminar cada toma y quedar conforme. En este caso, lograrlo llevó casi cinco meses. De todos modos, ahora es posible cambiar cosas hasta cuando una escena está terminada. Al generar la mayoría de los efectos en una computadora, las posibilidades son infinitas. Eso es lo más atractivo.

Una ostentación tecnológica que, no obstante, director y protagonista se encargan de relativizar. "Lo interesante en la película-puntualiza Emmerich- es la línea narrativa que hace eje en la historia de un escritor fracasado, que consigue salvarse y recuperar a su familia, gracias a que su libro, en el instante de la catástrofe, era leído por el personaje de Chiwetel Ejioforun, un científico con acceso directo al presidente estadounidense, que interpreta Danny Glover. En medio de la pérdida de todo lo que la humanidad construyó a lo largo de su existencia, ese libro, de un autor desconocido, es parte del escaso legado cultural que queda".

La elección de Glover refiere de inmediato a Barack Obama. Y sugiere una clara toma de posición política que, sin rechazarla, Emmerich prefiere aclarar, previa declaración de su odio por George W. Bush: "Cuando escribimos el guión, aún no estaban definidas las elecciones primarias, y yo había hecho público mi apoyo a Hillary Clinton. Sin embargo, nos pareció más cool que el presidente fuera negro, porque era más improbable y provocador".

Punta de lanza de un elenco que también integran Thandie Newton, Amanda Peet y Woody Harrelson, entre otros, Cusack admite que aceptó su papel por la intriga que le despertó participar en un filme de semejante envergadura. "Me preguntaba cómo sería filmar escenas en las que existe una secuencia animada sobre la que uno tiene que moverse, imaginando lo que habrá una vez que se edite. Cómo se sentiría estar entre explosiones e incendios, choques. Tuve la misma sensación que experimenté cuando, en un avión de National Geographic, atravesamos un huracán", cuenta. Y de inmediato, en línea con el director, hace hincapié en la importancia de la historia que subyace al arsenal tecnológico. "Más allá del presupuesto, del dinero que hay en la producción, no funciona sólo como una película catástrofe", dice.

¿Cuáles son los rasgos que hacen que trascienda esa categoría?

J.C.: Es un filme que habla de la familia. Incluye cuestiones vinculadas con el poder, conspiraciones. Y paralelamente plantea que los líderes la corten con tanta basura, enfrenta la idea de poder comprarse la salvación individual cuando todo está por desaparecer. Plantea varios cuestionamientos existenciales.

¿Qué lugar ocupa la religión en el relato, tan cercano a la idea del apocalipsis?

J.C.: La teología sobrevuela el argumento de la película. Pero la religión no ocupa un lugar destacado. En la dinámica que plantea el filme, casi no hay tiempo. Sobre todo, con el peso que tiene la cuestión científica. Trata más de las decisiones de los políticos, de la gente común, que ante el final inminente busca encontrarse con quienes aman, reencontrarse, protegerlos.

R.E.: La verdadera religión, en todo caso, es el modo en que cada uno conduce su vida. Lo que se muestra es que probablemente no sea bueno, ante una catástrofe, quedarse metido en una iglesia. Porque el techo va a caer sobre tu cabeza. Mejor, agarrá a tus hijos, llevalos a la montaña más alta, y hacé algo para salvarlos. Esa idea prima.

Todo, en un contexto cinematográfico que combina la ciencia ficción con la imagen televisiva de una cronista de la CNN que reporta la llegada del fin desde Chichén Itzá y la proeza de un grupo de "gente común" que lucha por sobrevivir.

"Yo siempre intenté crear espectáculos. Soy fanático de películas como La guerra de las galaxias, Poltergeist o Encuentros cercanos del tercer tipo", justifica Emmerich, quien, tácitamente, admite que la profecía maya opera como una metáfora de una amenaza más urgente: el calentamiento global, factor decisivo en el estallido del desastre en torno al que gira el argumento.

Y que convierte a Emmerich en uno de los directores que más gente ha matado en sus películas. "Reconozco que todos dicen que es así", dice, medio en broma y medio en serio, antes de cerrar: "A pesar de que sea cierto, te aseguro que, aún en tiempos en los que cualquier video juego o cualquier filme está lleno de asesinatos, no vas a encontrar a nadie que sufra en mis películas. Es posible que sea quien más gente haya matado, pero en un sentido filosófico. Hay una idea detrás de lo que se ve. Pero no me interesa poner en pantalla a gente matando, muriendo o sufriendo. Porque odio el sufrimiento humano"

Por: Eduardo Slusarczuk. CANCÚN. ENVIADO ESPECIAL.
Informo: http://www.2012diciembre.com.ar/

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